Guerra eterna

 por Belén Albeza

Podéis leer a Belén en su web y seguirla en twitter para conocer más sobre su trabajo. 

Las calles estaban iluminadas con farolas y los neones de los bares, y el avatar de Raziel, el Guardián de los Secretos, se afanaba en esquivar borrachos que hacían botellón mientras caminaba apresurada al punto de encuentro. 

—No podía el señorito montar el sarao a las once de la mañana —masculló—. Puto Miguel. 

Raz —así se hacía llamar tras su conversión— había descubierto muy pronto las ventajas que tenía ser un avatar celestial en el reino de los mortales. El arcángel Raziel siempre había escogido a humanos con un talento para desentrañar secretos, y en el siglo XXI una hacker era la elección obvia. Y desde el contacto divino no había habido sistema que se le hubiera resistido, red que no hubiera conseguido penetrar, archivo que no hubiera podido conseguir… 

Desgraciadamente, Raz también se había topado muy pronto con el precio a pagar: la Guerra Eterna. A Raz le parecía justo, lo que le reventaba era aguantar al psicópata de su jefe. Su última ocurrencia: traerlos a todos a su ciudad, justo cuando ella tenía billetes para irse a Bali. «Vamos, Raz, unos días de team building. ¡Y nos podrás hacer de anfitriona y enseñarnos Barcelona!», había dicho el interfecto, como si no tuvieran un maldito calendario compartido con las vacaciones marcadas. «Y traeremos al CEO de una start-up a que nos dé una charla motivacional, que últimamente os noto un poco mustios», añadió. 

Al fin llegó a su destino: una nave industrial que había sido reconvertida en club nocturno. Grupúsculos de gente malhumorada se alejaban del lugar. 

—Ni te molestes —le dijo un chico al cruzarse con ella—, el segurata no te dejará entrar. ¡Evento privado, dice! Pffff. 

Se acercó a la puerta y el portero resultó ser el avatar de Azrael, al que no le hacía falta disfrazarse para pasar por gorila de club nocturno. Tenía junto a él un gran maletín negro. 

—¿Hacía falta una sala así de grande? ¿En serio? A Miguel se le ha ido la pinza. 

—«Cóctel de bienvenida», dice el programa —Azrael se encogió de hombros, incómodo—. ¿Quieres pasar? Uriel, Rafael y el resto ya están dentro. 

—Deja que me fume uno primero —Raz sacó un cigarro y lo encendió—. ¿Sabes qué? Estoy harta. Quiero hacer la Guerra Eterna sola, en plan freelance. Hackear redes de ocultistas, calcular apariciones de brechas interdimensionales, perseguir demonios, quizás algún milagro de vez en cuando… Pero en mis términos, y sobre todo con mis putas vacaciones. Le diré a Uri que si quiere venirse conmigo, seguro que ella también está hasta los cojones. 

Azrael la miró muy callado. 

—¿Qué? —dijo Raz exhalando una bocanada de humo—. ¿No dices nada? 

—¿Qué opina Miguel de todo esto? 

—Dijo que ya lo hablaríamos. Estas «jornadas de team building» son mi última semana, te lo juro.  

Se oyó como un relámpago quebrando la noche, pero no había tormenta. El ruido vino de dentro de la nave, y Raz lo conocía muy bien: era el de este plano interdimensional resquebrajándose para dar paso a criaturas del inframundo. 

—¡¿Habéis atraído una brecha ahí dentro?! —gritó Raz de forma acusatoria—. Cabrones, podríais haber avisado. 

Azrael abrió rápidamente el maletín y sacó una escopeta. Del interior de la nave surgían sonidos de disparos y de alaridos cada vez más desgarradores. 

—Está feo maldecir —la amonestó sin muchas esperanzas de que hiciera efecto—. ¿Has traído armas y agua bendita? 

—Más feo es engañar. —Raz suspiró—. No nos va a dejar marchar nunca, ¿no? 

—¿Qué? —Azrael levantó la mirada, confundido. 

—Miguel. 

Unos cristales estallaron y un cuerpo de un diablo cayó por la ventana antes de desintegrarse y volver a su plano dimensional. 

—No —Azrael sacudió la cabeza—. «Guerra Eterna», «Plan Divino», bla, bla, bla… Siempre lo ha hecho así. 

—«Cóctel de bienvenida», valiente hijo de puta. Dame un subfusil, anda.

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