¿Quién soy?
por Álex Pueyo

Dos hombres: uno rubio y rollizo, y otro moreno y muy delgado estaban tomando unas cervezas al atardecer en la terraza de un bar.
—Me ha hecho pensar —decía el rubio—. Ahora disfruto más las cosas. Me doy cuenta de lo precioso que es un cielo como este, la cerveza me sabe mejor…
—Entonces, si la muerte ganaba la partida de ajedrez, el caballero tendría que irse con ella, pero si perdía tendría que dejarlo vivir—dijo el moreno.
—Como te digo, tío, un peliculón.
—Y la viste de madrugada porque te quedaste dormido viendo el partido, estás fatal…
—Es que habla de cosas tan profundas… —siguió el rubio sin hacer caso al comentario, con la mirada perdida— siempre quise ver más cine clásico, me he dicho mil veces que voy a ponerme, pero al final siempre aparece una excusa y la vida pasa…
El moreno había arqueado una ceja que contrastaba sobre la piel blanca de una persona que no pasa muchas horas al sol.
Cuando el rubio volvió en sí y se fijó en la expresión de su amigo bajó la vista y esbozó una sonrisa tímida que resaltó sus mofletes rosados.
—Mira, la premisa es muy simple: ¿Qué harías si la muerte te concediese una prórroga?
—Supongo que cambiar esta cerveza por un gin tonic—. El moreno habló sin mirar a su compañero, estaba concentrado en encender un cigarrillo. Después le ofreció uno.
—¡Eso es justo lo que quiero dejar! —. El rubio dio un golpe sobre la mesa que hizo temblar las cervezas—. Pienso en cómo me gustaría ser e imagino a una persona que trabaja, lee, ve buen cine y se divierte jugando al ajedrez ¡Hacía todo eso hasta que empezamos la universidad! Nunca estaré satisfecho si sigo saliendo todos los días. Esta vida solo me aporta placeres temporales, pero ha llegado el momento de ser como quiero, no solo desearlo.
Se hizo un silencio tan tenso que parecía que no había nadie más en el local. El moreno adoptó un gesto serio que resaltó sus pómulos bajo unos ojos tranquilos y profundos.
—Si llego a saber que tanto odias esta vida me habría apartado hace tiempo.
—Tampoco se trata de eso, se trata de que me he dado cuenta de que quiero cambiar.
El sol empezaba a ponerse a espaldas del moreno.
—Te echaré de menos, pero si eso es lo que quieres…
—Mañana por la mañana me voy a inscribir en un club de ajedrez y en cuanto acabe esta cerveza me voy a casa a ver Gilda. Si quieres puedes venir conmigo, antes…
—No —lo interrumpió el moreno—, yo soy así, siempre lo he sido. Me gustan el tabaco y el alcohol, todo el mundo lo sabe—. Había extendido el brazo que sostenía el cigarrillo formando un tajo anaranjado en el aire—. Sé que muchos me juzgan, pero no me avergüenzo de nada y te diré más: al final todos vienen conmigo un día u otro—. Dio una calada y soltó el humo con calma, observando cómo se dispersaba flotando entre los últimos rayos de sol—. Soy parte del mundo para bien o para mal.
Quedaron iluminados solo por la luz del local.
—Entonces… ¿por la última noche? —preguntó el rubio alzando su cerveza.
—Te la has acabado—contestó su amigo entre risas.
—¡Hostia, no me había dado cuenta!
—Déjame invitar a otra—dijo el moreno.
—Pero…
—Venga, ¡que es tu última noche!
—Es verdad… —El rubio se mordió un labio—. Que menos, después de tantos años…
—¡Camarero, dos gin tonics!
—Pero…
—No pretenderías librarte tan fácilmente…
El gesto del rubio se había vuelto serio, pero durante el tiempo que tardaron en llegar las bebidas se fue calmando y cuando tuvo la copa delante ya sonreía. La alzó y gritó:
—¡Por la última!
Brindaron, bebieron y durante la juerga el moreno pidió dos más. No hubo ningún comentario al respecto. Empezaron a hablar y reír cada vez más alto y no paraban de llegar copas. El moreno ofreció un cigarrillo que fue aceptado. Entonces unas manos pálidas huesudas se acercaron a los labios del rubio con un mechero. Cuando se encendió hubo un apagón.
Solo se vio la llama en la oscuridad. Luego desapareció y apenas podía distinguirse la brasa del cigarrillo. Iluminaba tan poco que casi no se apreciaba el rostro pálido y rollizo que tenía delante: sus labios estaban contraídos a su alrededor, los ojos cerrados, la nariz de la que salía un humo denso que se esparcía por el vacío. La expresión era tranquila.
Entonces se escuchó una voz gélida y lejana:
—Jaque mate.